La tele en prosa

Cuando estudiaba periodismo leía esta revista. La admiraba. Así que estoy aquí, contenta de estar. Por eso voy a contar una de esas historias personales que consiguen hacer de la anécdota, categoría. Porque quiero explicar por qué estoy aquí, o mejor, cómo quizá no habría llegado a ser lo que soy.

Un día en segundo de BUP, Amparo Martínez, mi profesora de literatura, la mejor que he tenido jamás, nos habló de Miguel Hernández. Estábamos con su poema

Elegía.

-Leed la dedicatoria, nos pidió.

-“En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como el rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería”, leímos.

-¿Alguien sabría decirme la diferencia que hay entre “a quien tanto quería” y “con quien tanto quería”? nos preguntó.

No lo sabíamos, claro, debíamos tener 14 años y a esa edad no se sabe nada.

Bueno, yo sabía una cosa: sabía que amaba a aquella mujer que me iba abriendo puertas y ventanas tras las cuales siempre había

  aire limpio, buenas palabras escritas, renglones rectos, para entender la vida.

Amparo nos explicó aquel día cuáles eran esas diferencias y yo creo que durante aquella explicación cambió todo o nació todo: mi amor por la literatura, por la poesía, por lo bien dicho, por los cuentos, por la crónica, por el arte de narrar y leer lo narrado.

Leí a Miguel Hernández de otra manera a partir de entonces. Lo leí todo de él. Me aprendí de memoria poemas enteros. De Hernández pasé a otros, entré en la Facultad de Periodismo de Madrid y leí a Benedetti. Luego llegó José Hierro, Ángel González, Gil de Biedma… imposible citarlos a todos. Leí, estudié, tuve ilusiones, acabé la carrera segura de las cosas y cargada de versos, sin saber que la vida iba en serio.

Trabajé feliz en un periódico y conté, narré, viví historias buenas, visité lugares, conocí hombres y mujeres dignos de ser escuchados y contados. El periodismo era lo que esperaba.

Luego llegué a la tele donde al principio el frío no me pareció frío. Pero sin apenas notarlo, me instalé en ese laberinto de miserias en el que gané dinero suficiente para comprar todos los poemarios del mundo. Aunque no los compré. Ya no leía poemas.

Allí, en los platós, detrás de la cámara o delante, en las redacciones, en el control de programas, donde las directrices eran como espadas, no había rimas. Allí todo era prosa de medicamento.

Cuando encontré el valor, me fui. Y aquí estoy. Escribiendo en esta revista que leía y admiraba cuando quería ser periodista.

Mariola Cubells, periodista

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