Lo que Niza se llevó, además de vidas

Los periódicos franceses andan estos días, tras el horrible atentado de Niza, en la fiesta nacional del 14 de julio, repartiendo portadas entre dos temas: el extraño perfil del autor de la carnicería y las declaraciones críticas de políticos varios sobre las medidas del gobierno. Mohamed Lahouaiej Bouhlel  se dejó la barba a comienzos de mes como signo de su súbita creencia religiosa, pese a que no se le había visto en ninguna mezquita de su barrio y a que no respetaba el Ramadán. Un transportista que alquila un camión no parece sospechoso. Era un hombre agresivo en su ámbito privado, pero su afición a las mujeres, sus visitas al gimnasio y sus clases de salsa no podían alertar a nadie. Pese a lo difícil de prever y evitar una masacre como la que provocó, las vidas que ha segado también se han llevado la unidad política y social. Más de doscientos muertos en ocho meses han fracturado el país. Y las presidenciales de 2017 no ayudan.

En el homenaje a las víctimas que tuvo lugar en Niza, el primer ministro, Manuel Valls recibió gritos y silbidos. Y Los Republicanos de la oposición, suman, cada día, nuevas críticas a la actuación del gobierno francés. Sarkozy y Juppé, en las mismas filas, pero rivales como aspirantes a candidatos para las presidenciales, han multiplicado sus argumentos. Y no hace falta hablar de Le Pen y su Frente Nacional.

La angustiosa posibilidad, casi probabilidad, de que haya más atentados y el hecho de que Francia esté en la diana yihadista ha llevado a una proliferación de sugerencias que no van a debatirse en torno a una mesa. Ha habido consenso para prolongar el estado de excepción seis meses más y ya lo había para otro tipo de medidas como la apertura de una treintena de centros de desradicalización antes de que termine el año. Pero en la escalada de tensión política algunos hablan de encarcelar o poner una pulsera electrónica a todos los sospechosos; otros, de crear un “Guantánamo a la francesa” o, desde otros ámbitos y sensibilidades, se quiere impulsar el papel de psicólogos y asistentes sociales “de proximidad”. Valorar todas las posibilidades, acudir a expertos no solo franceses, sería un modo de transmitir algo de  fortaleza y consuelo a la población. Un diputado comentó en televisión que él personalmente va armado. De momento está en minoría, porque si Francia fuera los EE.UU., lo de “a las armas ciudadanos” de La Marsellesa podría dejar de ser literal. Los terroristas están quebrando una sociedad. Y es una visión que impresiona.

Soledad Gomis, periodista

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