Los libros que nunca podrás escribir

“¡Qué diferente podría haber sido todo, qué minúsculas las causas y qué devastadoras las consecuencias!”. La frase pertenece al libro Tiene que ser aquí, de Maggie O’Farell, que es una de esas lecturas que nunca te cansarías de recomendar. Una historia de amor hermosa, perfectamente contada, repleta de personajes conmovedores. Hace ya varias años descubrí el motivo por el que yo nunca escribiría ficción: determinada literatura, alta, grande, majestuosa, esos autores perfectos que han narrado historias igual de perfectas. Una literatura que me llevaba a esta reflexión: ¿soy capaz de escribir así de bien, de contar algo tan bien, de dedicarle mi tiempo, mi esfuerzo, mi energía a un párrafo? Desde entonces, si alguien a quien le gusta mi estilo de escritura me pregunta por qué no me lanzo a la ficción (y voy más allá del reportaje, de la crónica, de la columna) yo siempre tengo a mano un libro en mi cabeza para darle la respuesta. Y ahí están Canadá y Cuando ella era buena, ambas de Philip Roth, por citar un ejemplo al azar. Ahí están los libros que devoro, los que no puedo dejar de subrayar, las lecturas que me han conducido hasta aquí. Los libros a los que les debo frases, reflexiones… Los libros de los que una no quiera salir. Sí una ha leído novelas bien escritas, historias de amor, o de guerra o de miserias humanas, si una ha leído desde que tenía uso de razón, y aprecia la buena literatura, las frases que encierran mundos enteros y te encogen el corazón, una no puede ponerse a contar una historia de ficción. Cuando lees párrafos sublimes, desoladores, cuando descubres que lo que está contando ese escritor es exactamente lo que necesitabas leer, tienes que bajar las armas y dedicarte a lo que sabes que puedes hacer bien. Cuando estás sumida en una turbulenta historia de amor, o desamor y de pronto una novela te da un latigazo que sabes que nunca podrías emular, tienes que tumbarte y seguir leyendo. No puedes cargar al mundo con narraciones menores, no puedes seguir abarrotando las librerías de novelitas banales, de historias pretenciosas…

Lo que tienes que hacer es seguir devorando libros fabulosos, novelones, clásicos, historias abrumadoras, relatos rotundos. Y luego recomendar esos libros a otros, a todos aquellos que sabes que sabrán apreciar una frase redonda de palabras perfectamente encajadas, encadenadas. Y quizá con un poso de melancolía. Porque como dice Ian McEwan en su novela Sábado, “la desdicha se presta mejor al análisis. La felicidad es un hueso más duro de roer”.

Mariola Cubells, periodista

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