Pensar o encontrar trabajo, ¿para qué sirve la educación?

España ya tiene Gobierno y la legislatura está en marcha tras unos meses de incertidumbre. En el Congreso, ahora que el Partido Popular (PP) ya no tiene su rodillo parlamentario, la oposición inició la semana pasada los trámites para tumbar la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, conocida por todos como la Ley Wert o la Lomce.

Ha sido la primera gran derrota del PP en la cámara baja. Y ya hay lío porque el Ejecutivo podría llevar la cuestión al Tribunal Constitucional aduciendo que se pierden fondos europeos destinados a la aplicación de la Lomce y que ello podría descuadrar las cuentas.

Más allá de eso, lo que está por ver es si después de tumbar la reforma educativa de los populares se va hasta el fondo de la cuestión. Si se busca un sistema diferente que forme mejor a los estudiantes para salgan más preparados de las aulas y que devuelva al pensamiento un lugar primordial en la educación.

“La idea de Dios es una idea poética. No es casualidad que en este mundo haya desaparecido la idea de Dios de la misma forma que ha desaparecido la poesía, lo sensible… todo lo que no tiene que ver con lo puramente material y con el dinero. Las personas no son valoradas por lo que son sino por lo que producen o lo que tienen. Vivimos en una sociedad deshumanizante y desestructurada que lleva al horror vital”, me decía el escritor -filósofo y teólogo- Antonio Fornés el pasado mes de julio en

una entrevista que publiqué en La Vanguardia a raíz de su libro Creo. Esa sentencia se me quedó grabada.

Además de lo que publiqué, Fornés denunciaba hablando con un servidor que eran malos tiempos para la lírica y que la Filosofía estaba desapareciendo con los últimos planes de estudio –la Lomce convertía en optativa dicha materia en segundo de Bachillerato– al ser considerada inútil.

También se quejaba de que la universidad se había convertido en una bolsa de trabajo y no en un lugar en el que pensar y en el que buscar el conocimiento y la verdad. Rechazaba la concepción de que estudiar humanidades y literatura no sirve para nada, ya que, a su juicio, ello crea personas y no robots como los que la sociedad pide ahora; gente que no cuestione nada y que no se interrogue sobre el porqué de las cosas. Y se quejaba del desprestigio de la religión y del pensamiento y la poca disposición de la gente a pagar por el acceso a la cultura.

Uno de los profesores que más recuerdo del instituto, aunque sólo me dio clases un año y de la asignatura de Tecnología, que no me gustaba mucho, un día planteó en clase la siguiente cuestión: ¿Para que venimos aquí?

La mayoría –teníamos 14 o 15 años– decía que “para aprender”, además de otras respuestas que intentaban ser ingeniosas o elaboradas pero que nada tenían que ver con lo que el profesor esperaba que dijéramos. Al final, tras un largo debate, él nos dio su percepción: “Aquí se viene a pensar”. Otra de sus clases fue preguntarnos “¿si se vivía mejor en la prehistoria o en el presente (por entonces 2004)?

En una tienda de libros de segunda mano leí un cartel que decía “pensar es gratis; no hacerlo sale carísimo”.Y para muestra, la foto que aún tengo.

20130202_170305
Además de ver qué sucede con la Lomce, lo que realmente hay que conseguir es un cambio más profundo que dé a los estudiantes herramientas para pensar y no sólo conocimientos, porque eso es lo que vale la pena y crea una base sólida y personas preparadas para afrontar el futuro.

PS: Ya se ha publicado

el número que conmemora los 65 años de la revista, el ejemplar 760. Entré en la redacción de El Ciervo

por primera vez hace casi seis años. Era estudiante de periodismo y no sabía casi nada. Ahora no es que sepa mucho más, pero para mí

El Ciervo

fue (y todavía es) una escuela donde aprendí este oficio y dónde me sentí por primera vez periodista. Aquí me enseñaron a editar textos y a escribir. Mi primer reportaje lo publiqué en esta revista. No puedo más que congratularme por este aniversario y pedir ¡qué

El Ciervo nunca se jubile!

Foto: David Santos Febrero en Flickr.

Iñaki Pardo Torregrosa, periodista

Compartir