¿Por qué, Edna, por qué?

«—¿Y cuánto tiempo llevo aquí sentado?», le pregunta Erwin a Edna en Siamés (Mármara, 2018), del escritor noruego Stig Saeterbakken. Y el libro solo está abierto por la mitad. Como lectora dudo y me sorprendo de la claridad de lo escrito, mientras sostengo el texto en cuclillas en un vagón del metro. Se abre el espacio de diálogo, también de la sospecha: la verbalización de un extrañamiento cotidiano ha hecho del tiempo un parámetro grumoso, verdaderamente desagradable. Pero, me pregunto, ¿quién se despierta, quién se hace presente y tiene derecho a apartar la luz? ¿Es esto la caverna platónica new age? Recuerdo al Houellebecq de Intervenciones (Anagrama, 2010) para que charloteé con Saeterbakken, para que se pongan cómodos los dos: «Nos hemos divertido mucho, pero la fiesta ha terminado». Dos signos de interrogación y seis palabras han bastado para sintetizar, sin alharacas, el patetismo de un modelo particular; para desbancar el infantilismo y el afán acomodaticio que subyacen bajo el hombre contemporáneo, que con tanto empeño y mimo nos hemos obligado a conservar. Y es que el también autor de A través de la noche, se ríe abiertamente de sus complejos, de su no saber estar: le da una patada al frasco, el formol se derrama por el suelo. El hombre nunca dejó de ser niño.

Erwin y Edna son un matrimonio que únicamente conserva una fotografía de su relación. Tras años de convivencia, se enfrenta al declive físico de un cuerpo, el de Erwin. Este, instalado en el urinario de la casa, atiborrándose de chicles Orbit, no para de quejarse y berrear. Instantáneas de sus años de esplendor profesional se suceden, tal y como lo hiciese un Kodak Carousel, y se sazonan con oleadas de ingenuidad y escepticismo, casi al compás de aquel título de Díaz Yanes, Quién hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Los vivos se quitan la máscara ante el final de un hombre o, al menos, eso cree Erwin, que es el fin y que merece ceremonia, flores, plañideras: un protagonismo de pastiche. Los pensamientos de ambos se van intercalando, dando empaque a los capítulos de un libro poco amable, y no precisamente por su contenido. El género de este es igualmente importante, ya que desvela otra anatomía; Stig Saeterbakken fue, además de novelista, poeta y, más importante, dramaturgo. La realidad del libro se convierte en un giro teatral y el lenguaje, desprovisto de cualquier adorno, no te permite reposar.

Pero si yo misma, aunque sea de forma remota o naíf, he creído —o he podido llegar a creer—, entre empujón y empujón dentro del tren, que Edna se levantaría y daría un golpe sobre la mesa, me equivocaba. Si he llegado a pensar que la introducción de Olav en esta sucinta dramatis personae iba a alterar de algún modo el status quo del macho occidental, erré, me perdí en querer transitar más allá de la interpretación de los acontecimientos. Me alejé de lo que realmente se dice en el texto. La voz de Edna es una entrada informe, un pensamiento viciado. Su pasividad, su estatismo me conducen a pensar que el tiempo, como toda ficción, es una argucia del hombre para organizar el espacio; que quizá debamos regresar a la caverna y cuestionar la clarividencia de aquel a quien, de un modo u otro, pero no irremediablemente, se le consignó mirar. Porque hay un borrón en la mirada y porque el espacio de la casa, ya era un espacio conquistado. Por qué, Edna, por qué.

Andrea Toribio, hispanista y escritora

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