Tener memoria se considera una virtud, aunque perderla no es un vicio sino más bien una avería y a menudo una desgracia. La memoria es necesaria y eso se comprueba sobre todo cuando uno la echa en falta. Pero su necesidad, su conveniencia y su utilidad no siempre y no todos la han valorado. Bastantes educadores y pedagogos apartaron e incluso desterraron de sus métodos didácticos el fomento, el ejercicio de la memoria como instrumento de aprendizaje y de acceso al conocimiento. Ahora parece que esta tendencia remite y, como suele ocurrir con los péndulos, algunos prestigian la memoria con un punto quizá de exageración y afirman que sin memoria no hay cultura y aun que cultura es memoria. Es bueno que la memoria vuelva a la enseñanza y que los jóvenes la refuercen como hacen cada dos por tres con la ram de sus ordenadores. Saben que de ella depende la rapidez y la capacidad de sus funciones, sean estas los juegos tele-reunidos, el cine serializado, el chateo o el estudio poscovita.
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