Legar la alegría

En el libro, absolutamente recomendable,

Confesiones y contradicciones, del periodista y ensayista Christopher Hitchens, el autor, nacido en la sobria y austera Inglaterra de los años 40, habla así de su madre: “Ivonne, entonces, fue lo exótico y el sol cuando fácilmente podría haber tenido una infancia teñida de un severo y obediente gris inglés. Era la nata en el café, la ginebra en el Campari, la oferta de vino o champán en vez de cerveza, la risa en la cara de los pesados, los labios fruncidos y los roñosos, el seguro contra los intolerantes y los mojigatos”. Me parece una de las declaraciones de amor y agradecimiento más hermosas que he leído y me lleva a pensar, otra vez, que la vida, como madre o como cualquier cosa, merece la pena solo si alguien de tu entorno, alguien a quien quieres, puede decir de ti algo parecido a este párrafo del escritor.

Lo demás es paja. La vida tiene sentido si alguien te ha querido de verdad. Si la gente que te importa te quiere. Si a tu muerte hay alguien que lo siente de veras, que desearía volver a abrazarte, volver a mirarte. Hay que quererse pues, hay que querer a la gente que merece ser querida y dejar que te quieran. Yo conozco a gente a la que no quiere nadie de verdad. Me pregunto a veces si lo saben. Ayer, en el tren de vuelta a casa, pensaba en el legado, en el que yo le dejaré a los míos. O en el que he recibido a través de los libros, las canciones, las historias de ficción metidas en vena. O de las personas definitivas de mi vida, empezando por la madre absoluta que tengo. O de las amigas que conservo de mis años de universitaria en Madrid. O de todos los grandes (y escogidos) amigos que he ido incorporando a mi vida a través de los años. O de los compañeros de los distintos trabajos que luego se convirtieron en amigos y se quedaron a vivir. De las personas a las que amé.

A mí me gustaría dejarle a mi hija Carlota un legado dichoso. Legarle la alegría. Que pensar en mí le diera fuerza, que pensar en sus años infantiles a mi lado la hiciera feliz. La ginebra en el Campari, eso es.

Mariola Cubells, periodista

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